Desde sus inicios en la década de 1960, la investigación en ciencias del ejercicio ha aportado al deporte y a la actividad física programada el sustento necesario para validar y dar forma a las diferentes metodologías de entrenamiento. Esto ha conducido a que el paradigma de los programas de entrenamiento dependa, en gran medida, de los resultados obtenidos en el campo de la investigación científica. Así, durante décadas, los descubrimientos realizados por las ciencias del deporte han ido aportando a la construcción de distintas formas de pensar y accionar en el proceso de entrenamiento de todos los deportes.
Diferentes y variados autores resaltan la necesidad constante de poder adaptar la construcción y transmisión de conocimientos generados en el laboratorio o en el aula a la realidad deportiva de cada disciplina, destacando la valoración funcional como uno de los factores de mayor impacto, siguiendo la máxima de la gestión empresarial de que “aquello que se puede medir, se puede gestionar” y, por tanto, mejorar.
Un abordaje cada vez más específico y pormenorizado del entrenamiento traerá como consecuencia nuevos caminos de investigación (sin dudas, más complejos) que favorecerán a la creación de planes de entrenamiento más eficaces, personalizados y adaptados.
Sin embargo, una de las principales limitaciones a la hora de aplicar los descubrimientos de la ciencia al campo de entrenamiento radica en la complejidad intrínseca de los deportes de situación. Entrenar, desde una perspectiva reduccionista, los aspectos funcionales, físicos o tácticos es condición necesaria pero no suficiente para lograr la consistencia deseada, debido a la multiplicidad de factores intervinientes, tanto situacionales como estructurales. Aquí es donde se encuentra un límite en el soporte científico a los modelos de entrenamiento, producto de la complejidad que encierran los deportes de equipo. La retroalimentación entre la investigación y la práctica implica una correlación directa entre la especificación de uno y otro: mayor nivel de detalle en la investigación permitirá expandir el nivel de detalle en su aplicación práctica.
La aproximación de ciencia y práctica reconoce, actualmente, dos grandes cauces de acción: por un lado, la determinación de los factores del entrenamiento que tienen una mayor relación con el rendimiento en tareas específicas de cada deporte y, por otro lado, la optimización del proceso de entrenamiento mediante la cuantificación de las cargas y su relación con el estado de forma, la fatiga y el rendimiento de los deportistas. Es la carga del entrenamiento y su propia tecnología aplicada al rendimiento deportivo la responsable de brindar información con el fin de organizar, prescribir y optimizar los estímulos de entrenamiento para controlar el estado de forma de cada sujeto.
¿Podría, entonces, concluirse que es la tecnología el nexo que proveerá el puente para que la especificidad de la investigación apuntale la del entrenamiento? Es un anhelo presente desde hace años en la comunidad profesional del deporte, que, en función de la creciente especialización que ha ido adquiriendo la tecnología aplicada al deporte, parece encontrar su cauce.
En la actualidad, la tecnología les permite a los entrenadores tener acceso a un control más real del rendimiento de sus deportistas: mediante sistemas de localización, acelerómetros, vídeo análisis y otras tecnologías de control del rendimiento y la salud física, tenemos la capacidad de objetivar, o brindarle sustento numérico al rendimiento deportivo (tanto en entrenamiento como en competencia), a la salud del deportista y a los factores que influyen en ella. Sin necesidad de someterlo a actividades paralelas al proceso de entrenamiento, se puede obtener una variada cantidad de datos que facilitan la toma de decisiones informadas sobre todo el arco de temas clave: mejora de rendimiento, prevención de lesiones, condiciones óptimas, etc. La posibilidad de monitorear a cada jugador de manera individual enriquece sobremanera el trabajo del cuerpo técnico al momento de diseñar estrategias de juego y entrenamiento.
La utilización de GPS durante las prácticas deportivas permite registrar y calcular la cantidad de km., el promedio de velocidad, las cargas musculares y detectar en qué momento comienza a disminuir la intensidad. En este sentido, la utilización de GPS para monitorizar el rendimiento ha logrado disminuir la tensión que suele existir entre el cuerpo médico que intenta prevenir al jugador de incurrir en lesiones disminuyendo la carga de entrenamiento, y el área de preparación física, que (en pos de aumentar el rendimiento) propone un aumento de la carga de entrenamiento. El uso del GPS ha permitido lograr un control efectivo de la carga real de entrenamiento, con resultados inesperados como, por ejemplo, que una mayor carga de entrenamiento se ve asociada a menor índice de lesiones, dentro de ciertos parámetros.
Para adelante, este escenario sólo incrementará su sofisticación y precisión: la mayor especialización de instrumentos (tanto de hardware como de software), su progresivo abaratamiento y ubicuidad, están creando una capa de datos que serán la base de nuevas investigaciones que permitirán consolidar y mejorar marcos teóricos, junto a mayor personalización y especificación por práctica deportiva.
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